martes, 2 de septiembre de 2014

Ducha fria.

Las hojas siguen cayendo mientras que tú sigues mirando la infinidad del cielo, pensando en que deberías dejar de pensar y empezar a imaginar para crear. Bajas la mirada, el árbol sigue en su sitio al contrario que tu cabeza y lo mejor que se te ocurre es irte a tu casa para hacer nada mientras que miras nada, lees nada, piensas nada y hablas por hablar. Como el vapor, la imaginación se desvanece por lo que, lo que crees crear, no es nada más útil que una mosca que se acaba de comer tu gato. No quieres ver más creaciones que más que creaciones son recuerdos de experimentos fallidos y decides meter la cabeza debajo del grifo, encima del cielo, entre las hojas, bajo las raíces. Las veces que no funciona solo te limitas a coger una toalla, mirarte al espejo y seguir en esa gigantesca y aterradora nada con la única diferencia de una cabeza más mojada que antes, pero las veces que funciona... joder, las veces que funciona sientes como el mundo se te quita de encima, que cada hoja de árbol tiene los mejores versos jamás leídos y que el cielo tiene más tonalidades que nunca. Ahí las cosas fluyen. Fluyen como un colacao por las mañanas, como una pizza en ayunas, como el buen sexo, como el aire del ventilador en tu cara con 40º, como mis manos por tí o como el lápiz por el folio.

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