miércoles, 19 de marzo de 2014

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Desempolvando las viejas teclas de un piano de madera podrido por las humedades de las finas paredes que lo protegen, intentando encadenar una serie de sonidos para imitar algo parecido a una melodia que resuena como un eco deforme a lo largo de tu mente. Comienzas acariciando, y prosigues tocando, pulsando, golpeando e incluso rompiendo el marfil, dejando al final la melodia donde estaba, en tu mente. El piano deja de sonar, como todo este tiempo, con la diferencia de que no volverá a ser escuchado.

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